Cuando la restauración de casas de otras épocas se hace con sentido común y se conserva el sabor de lo que fue, sólo atravesar el umbral de la puerta parece que ya formemos parte de aquel entonces. No me puedo imaginar la cara que pondrían nuestros payeses si levantaran la cabeza y vieran que escogemos sus casas para las más altas celebraciones de la ciudad.
Agradezcamos el buen hacer de aquella época y el legado que nos dejaron cuantos trabajaron la tierra.
Ahí esta, la Garriga de Castelladral, tan auténtica como majestuosa.
Esther Conde